sábado, 13 de junio de 2009

El campamento

Los chicos viajaban ansiosos por llegar a campamento. Se imaginaban numerosos árboles de distintas hojas, se les venía a la cabeza la imagen de sus caras de fascinación al pisar el maravilloso lugar. Pensaban en los estandartes que izarían cada mañana y el sonido de la trompeta para levantarse.
Pero no todo fue como esperaban. Se llevaron una gran decepción al entrar. El césped parecía de mentira, era tan duro que al pisarlo parecía asfalto. La camisa del uniforme era horrible, era igual a la de un grupo en contra de los colores vivos, negro y sin brillo con el escudo del campamento en la manga del brazo derecho.
A lo lejos se veía un montículo de hojas secas que parecía un pequeño monstruo de hojas viejas y podridas.
El grupo quedó perplejo al ver la entrada y los uniformes, pero ninguno de ellos imaginaba lo que sería el comedor.
El instructor del campamento los llevó a dar una recorrida por el bosque y luego fueron a comer al escuchar el molesto ruido de la campana que indicaba que la comida estaba lista.
Entraron al comedor. Las mesas estaban desoladas, como si nadie las hubiese usado en años. Llenas de polvo y olor a madera vieja, con soportes que sostenían sus patas en desnivel.
El cocinero era un hombre odioso, con mala cara y un acento un poco extraño. A su derecha se encontraba la campana que emitió el ruido que habían escuchado antes.
Los chicos casi se pusieron a llorar de la repugnancia que les dio al ver como el cocinero escarbó la olla para servir el último plato de comida.
Eugenia Pintos.

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