lunes, 31 de agosto de 2009

MOMENTOS DEPRESIVOS DE SOLEDAD
Qué tardes más calladas! El calor del sol que ya se deja sentir, adormece los sentidos y el gorjeo de los pájaros se une al susurro del viento entre las hojas, como canto misterioso. Suena el crujido de la arena con los pasos de un caminante anónimo e invisible que intento descubrir. La luz que ilumina un cielo azul, sin nubes, se asemeja a una seda extendida sobre el mundo. De pronto una conversación velada llega a mis oídos... murmullos ininteligibles que se alejan por la senda, devuelven el poder al silencio. El verde brota en los árboles con la llegada de la primavera. Quietud entre los parterres del parque. Momentos de soledad amada pero no esperada. Esa soledad que no se desea como amiga, siempre agazapada en la puerta esperando como un amante desdeñado que no se resigna. Con la lentitud del paseo, llega inevitable el recuerdo y toma forma la imagen de un rostro casi desdibujado por el paso de los años con quien, sin embargo, me gustaría compartir diálogo en este caminar solitario para hablar de tantas cosas pasadas, importantes o superfluas, para participar juntos de tantos recuerdos que se fueron. Esos recuerdos que se quedaron perdidos en el diario agotador sendero de la vida. Necesito evadir la triste soledad, eludir la añoranza; es preferible abandonar las desiertas veredas del parque. Mejor volver a casa, a la oscuridad de las cuatro paredes, al frío de mármol hecho. Súbitamente los caminos toman vida. Son voces que despiertan del letargo a la naturaleza, poblando el silencio perezoso, de vivas expectativas. Voces de niños que vienen de otros países a buscar el sol del nuestro para empaparse de esa luz y ese calor que también les quedará como recuerdo en una soledad todavía desconocida. Volverán a sus lugares de origen, a sus amores, a sus esperanzas, con las manos, la mente y el alma envueltas en sol hasta que se les vaya escapando entre los dedos como un manantial imposible de retener. Todavía no saben que la vida cansa que la amistad se hace egoísta; yo te necesito y tú también, por eso estás ahí, por eso me llamas. Detalles, minucias que poco a poco se van comprendiendo y te llenan de tristeza. Pero ¿acaso sé yo lo que anhelo? ¿o lo que espero? Sólo siento un vacío, frío y duro como el hielo. No se me ocurre decir otra cosa que: "así soy yo..." pero.. ¿comprendo bien lo que soy o estoy en duda? La mente es una confusión de ideas, me cuesta discernir. La edad madura ha puesto en mí alma añoranzas de regresos, de tiempos pasados y enloquecidos. Quiero volver atrás y al mismo tiempo me pregunto ¿para qué? Volvería a hacer lo mismo, a comportarme igual y acabaría sintiendo el mismo vacío. El alma es así y lo seguirá siendo, debo acoger con sonrisa y paciente bondad al solitario tiempo que llega escondido, sin apenas dejarse ver para, así, disfrutar implacable con el dolor que causa la sorpresa. Es cruel, potente, un vencedor que siempre gana las batallas. . Escuchas palabras indulgentes, a la gente le gusta aconsejar: "Tienes mucho ante tí pero no quieres verlo..." Yo ya no quiero obligaciones ni deberes, les respondo cuando me atosigan con su charla. Quiero vivir sola pero feliz, en armonía con el entorno, gozosa poseedora de aquello que siempre soñé y nunca conseguí. ¡Tanto como esperé! ¡Tanto como recé! ¡Tanto como pedí! ¿Y qué encontré a cambio? La desesperanza. Al fin se llega a no desear nada... Es mi argumento ante la desesperación. ¿Seguro...? Oigo la voz recóndita de la conciencia que se subleva: ¡Mentira! ¡Eso no es así! ¡Te engañas! Sigues deseando el amor, ese amor buscado eternamente y nunca encontrado. ¡Quién sabe! ¡Tal vez ahora es el momento! ¡Ah...! ¿Te das cuenta...? ¡Todavía queda una chispa de esperanza! Ya en casa vuelvo la vista al espejo, pregunto esperando inútilmente una respuesta "¿quién va a quererme mí?" En un monólogo silencioso me respondo retóricamente: "Estás cansada, ya no puedes dar nada.." Y en un último intento de superación hurgas en los rescoldos del corazón para rebañar los restos aprovechables de tanta batalla. Algo queda para entregar a los demás, en lo más profundo se encuentra un enorme amor escondido que se avergüenza de salir a decir a plena luz del sol, para que todos lo oigan: "¡Estoy aquí... me queda el alma...!".

SENCILLA DESCRIPCIÓN
Le dije que tenía ojos de osito de juguete. Estaba recostado suavemente sobre el tronco de un árbol. Las palmas de sus manos hermosas, grandes, con dedos largos y finos –manos de hombre bueno- , acariciaban la corteza rugosa. Me miró con sonrisa apenas insinuada y apartó, o quizás dio un pequeño tirón, del mechón de pelo que caía sobre su frente. Le amé desde aquel primer instante. Me pareció vislumbrar un amago, un poco indolente, por observar, sin separarse de aquel árbol al que parecía abrazar mientras intentaba seguir con la mirada mis movimientos. Su rostro era armonioso, delicado dentro de una rudeza varonil que se reflejaba en sus facciones. Nariz recta, proporcionada, frente amplia demostrativa de sabiduría y sensatez. Sus ojos... merecían una descripción aparte: grandes, almendrados, bordeados de oscuras, espesas y largas pestañas, que permanecían casi siempre entrecerrados como si no quisieran dejar penetrar la luz, mostraban unas chispitas plateadas alrededor de la pupila que se extendían sobre la totalidad del iris color avellana con tonalidades claro-oscuras y que en un conjunto y desde cierta distancia, despedían un resplandor de luna sobre un mar oscuro. Apuntaban una cierta melancolía que a mí me pareció no deseada. Sabía mantener la mirada sin ser impertinente. Reía sin reír. Hablaba en murmullos dulces con su boca bien delineada de labios finos que no estrechos. Su barba cerrada, oscura, bien rasurada, proporcionaba una sombra en las mejillas como si fuera el boceto de un dibujo al carboncillo y su barbilla bifurcada, invitaba a una larga y lenta caricia por aquella hendidura que completaba la simetría de un bello semblante. Vestía pantalón vaquero ajustado con proporción a su musculatura y una camisa blanca, desabrochada en el cuello, destacaba la nuez de Adán en un movimiento alternativo al tragar que dejaba entrever un nerviosismo deseoso de ocultar. Los puños de la camisa, plegados sobre sus muñecas enseñaban el vello oscuro que poblaba, no excesivamente, sus brazos, y sus pies descalzos sobre la hierba, con dedos anchos, uniformes, plantados firmemente en el suelo con una gracia especial, me recordaron a los del David de Miguel Ángel. Fui hacia él. Sin ser consciente, mi mente le había escogido. Toda su persona era mía, me pertenecía. Aquella descripción tan exacta, en pocos momentos construida, me dispensó el suficiente atrevimiento para solicitar su compañía. -¿Vienes conmigo?- le pregunté. Sus ojos que trasladaban a la memoria evocaciones de un oscuro diamante, no se fijaron en mi cara, sonrió sin mirarme, la vista en el vacío... No podía ver mis lágrimas, sólo escuchó mi doloroso silencio...
Estos son 2 textos que especialmente me gustaron mucho de una "autora", no reconocida, donde acá les dejo el link... porque tiene otros textos también muy lindos y muy bien escritos para leer.
Lu...

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