martes, 14 de julio de 2009

La Montaña

Un amanecer cerrado, en un camino largo, casi sin fin. El sueño y el silencio como protagonista.
Tres personas, en una camioneta, sobre un asfalto húmedo de escarcha, rumbo a un destino lejano.
Un navegador satelital alerta la proximidad.

De repente el camino se abre, al igual que el cielo. El sol se despierta y nosotros perdemos el sueño. Ante nosotros tres se presenta, lo que tanto esperamos. Está frente a nosotros nuestro objetivo. Lo que hasta ese momento es silencio y quietud se transforma en alegría y movimiento. Ahí imponente, inmensa y casi inconquistable está la montaña. Esa en la que tanto tiempo, mi papá, Gustavo, mi hermano Pedro y yo soñamos hacer cumbre. Nos preparamos para eso mucho tiempo. Llegamos al primer puesto donde vamos a dormir, es temprano para la ciudad y muy tarde para la montaña donde la vida tiene otro tiempo y te exige más paciencia y constancia. El segundo día comenzó con la emoción de saber que si todo salía bien llegaríamos a la cumbre. A tres horas de dejar el campamento, nos encontramos con un señor que apoyado en una piedra nos explica que tenía lastimado un pie, y a mitad de camino de la cumbre y el campamento no se resigna a dejar el sueño de ver el cielo más cerca de lo que nunca antes pudo.

Mi papá, nos dice Tomás y Pedro debemos lograr éste objetivo llevando a éste hombre con nosotros y los tres nos encargamos de sumarlo a nuestra experiencia. Tomamos el imprevisto como un desafío más y partimos desde ahí los cuatro. Cargamos con su mochila e improvisamos un bastón para minimizar su dolor. Después de cinco horas llegamos a la cumbre; ahí la emoción y el cansancio se igualaron. Buscamos menos de lo que logramos, el objetivo, con imprevistos, con más esfuerzo del esperado, superó todas las expectativas.

Tomás Cvanchich 1ºC

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