lunes, 6 de julio de 2009

Texto para actividades de receso forzoso

Hola a todos!
Como convinimos les dejo el texto de F. Savater que necesitan para realizar la actividad.
Recuerden de enviarme todos los trabajos solicitados, por mail antes del miercoles 15 de Julio
Silvia

Savater, Fernando. Ética para Amador.
Bs As. Espasa Calpe/ Ariel. 1994 Pág. 54 a 58

“Todo esto tiene que ver con la cuestión de la libertad, que es el asunto del que se ocupa propiamente la ética, según creo ha­berte dicho ya. Libertad es poder decir «sí» o «no»; lo hago o no lo hago, digan lo que digan mis jefes o los demás; esto me convie­ne y lo quiero, aquello no me conviene y por tanto no lo quiero. Libertad es decidir, pero también, no lo olvides, darte cuenta de que estás decidiendo. Lo más opuesto a dejarse llevar, como podrás comprender. Y para no dejarte llevar no tienes más remedio que in­tentar pensar al menos dos veces lo que vas a hacer; sí, dos veces, lo siento, aunque te duela la cabeza... La primera vez que piensas el motivo de tu acción la respuesta a la pre­gunta «¿por qué hago esto?» es del tipo de las que hemos estudiado últimamente: lo hago porque me lo mandan, porque es cos­tumbre hacerlo, porque me da la gana. Pero si lo piensas por segunda vez, la cosa ya va­ría. Esto lo hago porque me lo mandan, pero... ¿por qué obedezco lo que me man­dan?, ¿por miedo al castigo?, ¿por esperan­za de un premio?, ¿no estoy entonces como esclavizado por quien me manda? Si obedez­co porque quien da las órdenes sabe más que yo, ¿no sería aconsejable que procurara informarme lo suficiente para decidir por mí mismo? ¿Y si me mandan cosas que no me parecen convenientes, como cuando le ordenaron al comandante nazi eliminar a los judíos del campo de concentración? ¿Acaso no puede ser algo «malo» —es decir, no con­veniente para mí— por mucho que me lo manden, o «bueno» y conveniente aunque na­die me lo ordene?
Lo mismo sucede respecto a las costum­bres. Si no pienso lo que hago más que una vez, quizá me baste la respuesta de que ac­túo así «porque es costumbre». Pero ¿por qué diablos tengo que hacer siempre lo que suele hacerse (o lo que suelo hacer)? ¡Ni que fuera esclavo de quienes me rodean, por muy amigos míos que sean, o de lo que hice ayer, antes de ayer y el mes pasado! Si vivo rodea­do de gente que tiene la costumbre de discri­minar a los negros y a mí eso no me parece ni medio bien, ¿por qué tengo que imitarles? Si he cogido la costumbre de pedir dinero prestado y no devolverlo nunca, pero cada vez me da más vergüenza hacerlo, ¿por qué no voy a poder cambiar de conducta y empe­zar desde ahora mismo a ser más legal? ¿Es que acaso una costumbre no puede ser poco conveniente para mi, por muy acostumbra­da que sea? Y cuando me interrogo por se­gunda vez sobre mis caprichos, el resultado es parecido. Muchas veces tengo ganas de hacer cosas que en seguida se vuelven contra mí, de las que me arrepiento luego. En asuntos sin importancia el capricho puede ser aceptable, pero cuando se trata de cosas más serias dejarme llevar por él, sin reflexio­nar si se trata de un capricho conveniente o inconveniente, puede resultar muy poco aconsejable, hasta peligroso: el capricho de cruzar siempre los semáforos en rojo a lo mejor resulta una o dos veces divertido pero ¿llegaré a viejo sí me empeño en hacerlo día tras día?.
En resumidas cuentas: puede haber órde­nes, costumbres y caprichos que sean moti­vos adecuados para obrar, pero en otros ca­sos no tiene por qué ser así. Sería un poco idiota querer llevar la contraria a todas las órdenes y a todas las costumbres, como tam­bién a todos los caprichos, porque a veces resultarán convenientes o agradables. Pero nunca una acción es buena sólo por ser una orden, una costumbre o un capricho. Para saber si algo me resulta de veras convenien­te o no tendré que examinar lo que hago más a fondo, razonando por mí mismo. Na­die puede ser libre en mi lugar, es decir: nadie puede dispensarme de elegir y de bus­car por mí mismo. Cuando se es un niño pequeño, inmaduro, con poco conocimiento de la vida y de la realidad, basta con la obe­diencia, la rutina o el caprichito. Pero es porque todavía se está dependiendo de al­guien, en manos de otro que vela por noso­tros. Luego hay que hacerse adulto, es decir, capaz de inventar en cierto modo la propia vida y no simplemente de vivir la que otros han inventado para uno. Naturalmente, no podemos inventarnos del todo porque no vi­vimos solos y muchas cosas se nos imponen queramos o no (…). Pero entre las órde­nes que se nos dan, entre las costumbres que nos rodean o nos creamos, entre los ca­prichos que nos asaltan, tendremos que aprender a elegir por nosotros mismos. No habrá más remedio, para ser hombres y no borregos (con perdón de los borregos), que pensar dos veces lo que hacemos. Y si me apuras, hasta tres y cuatro veces en ocasiones señaladas.”


2 comentarios:

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.