Érase una vez una mujer soltera llamada Estela cuya pasión era el arte.
Estela, todas las tardes, salía al jardín a inspirarse. Miraba los árboles, el cielo, las nubes, los pájaros y gracias a esa hermosa vista, pintaba los cuadros más delicados y bellos.
Un día, Estela, salió a su jardín a pintar y antes de comenzar vio a un pajarito caído a los pies del gran roble. Lo tomó muy cuidadosamente con sus manos y lo llévó a su casa. El pajarito estaba inconciente, pero gracias a los cuidados de Estela, se recuperó.
Esa misma noche, Estela llevó al pajarito a su nido para que descansara, pero en el nido no había nadie, el pajarito era huérfano. Estela no lo quizo dejar solo, y como ella no tenía hijos, le abrió las puertas de su casa para que se quedara con ella.
Mientras todo esto pasaba, la estrella más brillante y luminosa del cielo observaba atentamente y se conmovía al ver tan hermoso acto de cariño y solidaridad. Fue por eso que decidió convertir al pajarito en un niño de verdad para que fuera el hijo de la mujer.
Al instante, una luz radiante rodeó al pajarito y, sorprendentemente, se convirtió en un niño de carne y hueso. La mujer quedó anonadada y contenta por lo sucedido.
Desde ese día, el niño al que Estela le puso de nombre: Pedro, fue el niño más feliz del mundo, y Estela, la madre más feliz del mundo.
Euge Pintos.
martes, 7 de abril de 2009
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¡Muy lindo! Cumple muy bien con la consigna de incluir un elemento maravilloso.
ResponderEliminar¡Excelente ortografía!